Un tour imperdible y único a través de la historia del delta, recorriendo antiguas casonas, descubriendo sus atrapantes leyendas, mitos, y fantasmas.
Sobre el Rió Carapacha, cerca a la desembocadura con el Luján se encuentra la Isla de los Espíritus Cementerio de los fallecidos por la Fiebre Amarilla.
Corria el año 1871 sobre toda la ciudad de Bs. As. se abatía el horrendo drama de la fiebre amarilla; se ignoraba la causa, el orígen, y cómo se transmitía. Los habitantes caían en las calles presas de agudas convulsiones, y sucumbían sin auxilio posible.
Los espantados sobrevivientes escuchaban en las tabernas del Riachuelo decir a los barqueros, que mas allá de San Fernando no había peste y que ir allí a hacer leña y adueñarse de la tierra, no era cosa tan riesgosa, eso hicieron. Pero muchos, ya enfermos murieron en el Delta
La trajica muerte de Leopoldo Lugones: Un viernes de febrero de 1938 el escritor solemne y huraño, sacaba boleto hasta la estación de Tigre, donde abandonaba el tren para abordar una lancha y, tras sortear el entrevero de islas y canales, se apeaba en el recreo “El Tropezón”. Al juez que intervenga: No puedo concluir la Historia de Roca. ¡Basta! Pido que me sepulten en la tierra, sin cajón y sin ningún tipo de nombre. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.
Su amigo Horacio Quiroga lo había precedido el año anterior con un ritual casi idéntico. Sesenta y tres años y ocho meses de vida, y cuarenta de contradicciones, de evoluciones y retrocesos ideológicos y de vanidosas pirotecnias metafóricas se aniquilaban en la habitación de un recreo del Delta del Paraná.
Con la clara y firme caligrafía de siempre dejaba la nota junto a la media botella de whisky que lo había ayudado a enfrentar el cianuro que aún blanqueaba en el fondo de un vaso vacío.
"La gente sólo venía a ver la habitación de Lugones", cuenta, y comienza casi automáticamente, como si encabezara un recorrido turístico, el relato del día en que el poeta se suicidó.
Manuel tenía sólo diez años, pero recuerda las imágenes desde que lo vio llegar, el 18 de febrero de 1938, hasta que lo encontraron envuelto en las sábanas, ya sin vida, esa misma noche.
"A Lugones lo recibí con un tarro de lombrices, porque siempre me daban alguna monedita. Me dijo que quería descansar porque se sentía insolado. Se le dio una pieza bien fresca y pidió que le avisaran a las diez de la noche para cenar. Entretanto salió a caminar", cuenta.
"Llevaba el frasquito de cianuro en el bolsillo, aparentemente. Donde hoy se guardan las embarcaciones se había levantado un puente para que pasara la lancha para cargar la verdura. Rompió el pico de la botella de cianuro en uno de los pilares y se volvió a la pieza", continúa.
A las diez se le preparó la mesa y lo fueron a buscar, pero la puerta estaba cerrada.
"Mi tío, que era de pocas pulgas, agarró a los peones de la quinta de verdura, prendió la luz para iluminar todo el recreo y se fueron con faroles", relata Manuel.
"Fueron dos horas de búsqueda, pero no encontraron nada. Volvieron a golpear y no contestaba nadie. La puerta estaba sin llave. Lugones había recostado la cama contra una ventana y se tomó el cianuro. Nadie sabía quién era."
La policía llegó al día siguiente. En la mesita de luz había un reloj de bolsillo de oro con una nota que decía que no ocultaran a nadie lo que había sucedido, que no culparan a nadie y que no le pusieran su nombre a ninguna calle. La fotocopia de la nota quedó en la pared de la pieza número 9, la más fresca, ubicada al final de la galería.
"Misterios del Delta"
ResponderEliminarUn tour imperdible y único a través de la historia del delta, recorriendo antiguas casonas, descubriendo sus atrapantes leyendas, mitos, y fantasmas.
Sobre el Rió Carapacha, cerca a la desembocadura con el Luján se encuentra la Isla de los Espíritus Cementerio de los fallecidos por la Fiebre Amarilla.
Corria el año 1871 sobre toda la ciudad de Bs. As. se abatía el horrendo drama de la fiebre amarilla; se ignoraba la causa, el orígen, y cómo se transmitía. Los habitantes caían en las calles presas de agudas convulsiones, y sucumbían sin auxilio posible.
Los espantados sobrevivientes escuchaban en las tabernas del Riachuelo decir a los barqueros, que mas allá de San Fernando no había peste y que ir allí a hacer leña y adueñarse de la tierra, no era cosa tan riesgosa, eso hicieron. Pero muchos, ya enfermos murieron en el Delta
La trajica muerte de Leopoldo Lugones: Un viernes de febrero de 1938 el escritor solemne y huraño, sacaba boleto hasta la estación de Tigre, donde abandonaba el tren para abordar una lancha y, tras sortear el entrevero de islas y canales, se apeaba en el recreo “El Tropezón”.
Al juez que intervenga:
No puedo concluir la Historia de Roca. ¡Basta! Pido que me sepulten en la tierra, sin cajón y sin ningún tipo de nombre. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.
Su amigo Horacio Quiroga lo había precedido el año anterior con un ritual casi idéntico. Sesenta y tres años y ocho meses de vida, y cuarenta de contradicciones, de evoluciones y retrocesos ideológicos y de vanidosas pirotecnias metafóricas se aniquilaban en la habitación de un recreo del Delta del Paraná.
Con la clara y firme caligrafía de siempre
dejaba la nota junto a la media botella de
whisky que lo había ayudado a enfrentar
el cianuro que aún blanqueaba en el fondo de un vaso vacío.
"La gente sólo venía a ver la habitación de Lugones", cuenta, y comienza casi automáticamente, como si encabezara un recorrido turístico, el relato del día en que el poeta se suicidó.
ResponderEliminarManuel tenía sólo diez años, pero recuerda las imágenes desde que lo vio llegar, el 18 de febrero de 1938, hasta que lo encontraron envuelto en las sábanas, ya sin vida, esa misma noche.
"A Lugones lo recibí con un tarro de lombrices, porque siempre me daban alguna monedita. Me dijo que quería descansar porque se sentía insolado. Se le dio una pieza bien fresca y pidió que le avisaran a las diez de la noche para cenar. Entretanto salió a caminar", cuenta.
"Llevaba el frasquito de cianuro en el bolsillo, aparentemente. Donde hoy se guardan las embarcaciones se había levantado un puente para que pasara la lancha para cargar la verdura. Rompió el pico de la botella de cianuro en uno de los pilares y se volvió a la pieza", continúa.
A las diez se le preparó la mesa y lo fueron a buscar, pero la puerta estaba cerrada.
"Mi tío, que era de pocas pulgas, agarró a los peones de la quinta de verdura, prendió la luz para iluminar todo el recreo y se fueron con faroles", relata Manuel.
"Fueron dos horas de búsqueda, pero no encontraron nada. Volvieron a golpear y no contestaba nadie. La puerta estaba sin llave. Lugones había recostado la cama contra una ventana y se tomó el cianuro. Nadie sabía quién era."
La policía llegó al día siguiente. En la mesita de luz había un reloj de bolsillo de oro con una nota que decía que no ocultaran a nadie lo que había sucedido, que no culparan a nadie y que no le pusieran su nombre a ninguna calle. La fotocopia de la nota quedó en la pared de la pieza número 9, la más fresca, ubicada al final de la galería.