viernes, 13 de abril de 2012

Recreo tres Bocas vista desde el Abra Vieja

Rio Abra Vieja

17 comentarios:

  1. Almuerzo a tres bocas
    Muchos solían almorzar en la confitería y restaurante del ferrocarril frente a las aguas: el Tigre Rosario, con terraza, mesas al aire libre y orquesta (domingos y feriados).

    Los viajeros más encumbrados y sibaritas navegaban hasta el entonces prestigioso recreo Tres Bocas, del Emporio Gastronómico Ligure de Ferrando Hermanos, también dueños de un concurrido restaurante en la capitalina calle Carlos Pellegrini 575 y de una conocida tienda de óptica y fotografía.

    En el recreo próximo al río Capitán tendían las mesas de su cocina a la genovesa, que habían impuesto en Buenos Aires con sus ponderadas especialidades: ranas, caracoles, torta pascualina y pastas caseras.

    Los comensales se podían retratar con un fotógrafo de Lutz Ferrando, que también armaba su trípode en el vecino recreo Sarmiento.


    Los aficionados al camping se aprovisionaban en La Destiladora del Norte en San Fernando: producía hielo y la refrescante Deltina, una bebida sin alcohol. En cualquier almacén completaban las compras y se agenciaban la bandejita Daisy, invento destinado a matar moscas y mosquitos. En el Puerto de Frutos, finalmente, cargaban jugosas ciruelas y carnosos duraznos, que desbordaban de las cestas llegadas esa madrugada desde las islas.

    Aquella Guía Tigre, editada por Pedro J. Varesini promocionaba la excursión dominical para familias de Navegación Isleña SA en su vapor Bernardino Rivadavia. Salía todos los domingos desde el Canal San Fernando, a las 9.30, y la navegación, a 7 pesos, incluía almuerzo y té amenizado por una orquesta.

    Algunos de los pioneros que esperaban a los turistas -Francisco Sarthou, en El Universal del Abra Nueva; Juan Pagliettini, en el Sarmiento del Tres Bocas, y Angel Plagiettini en La Estrella del Norte, del arroyo Espera- prolongarían su notoriedad en la actividad náutica. .

    Francisco N. Juárez

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  2. 13 de octubre -
    En la madrugada del sábado 13, el jefe de policía, Mittelbach, se apersona en el Tigre y el Coronel Perón es detenido en el recreo Tres Bocas de las islas del Delta. El subjefe de policía, Mayor D’Andrea lo lleva a la cañonera Independencia. Posteriormente es trasladado a la isla Martín García. Mercante debe presentarse detenido en Campo de Mayo.
    El ex director de delegaciones regionales de la Secretaría de Trabajo, al enterarse de la detención del Coronel Perón, se comunica telefónicamente con cada Delegación, informando lo ocurrido.

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  3. El eternauta y otros cuentos (HGO)
    Cuando volví en mí, cuando volví a ser dueño de mis sentidos, me encontré en el lugar
    menos esperado: estaba en el agua, nadando. Un agua bastante fría, color marrón. Un río
    ancho aunque no demasiado, pero muy caudaloso. Sauces en las orillas, un árbol de flores
    rojas: seguro que un ceibo.
    Orillas familiares, muy familiares... Comprendí en seguida que eso era el Tigre. Y
    cuando reconocí un chalet supe que estaba en el río Capitán, no lejos del recreo "Tres Bocas".
    La corriente era fuerte. Yo había dejado de luchar contra ella y me dejaba llevar, nadaba
    oblicuamente hacia la orilla con los sauces verdes y los ceibos de flores rojas... Una "golondrina
    de agua" me pasó por delante, con chirrido leve, y se alejó rozando el agua. Seguí nadando. El
    corazón me latió con renovado ímpetu. Y no era por el frío del agua. Era la golondrina lo que me
    reanimaba...
    La golondrina, las rojas flores del ceibo, significaban que todo vivía en aquel lugar, que
    estaba en una zona donde no había caído la nevada mortal. Un lugar donde no hacían falta los
    trajes espaciales, donde se podía mirar el cielo azul y hasta había olor a madreselvas en el
    aire...
    Un dedo del pie se me endureció; comprendí que empezaba a acalambrarme. Me di
    cuenta de que me estaba extenuando y no podría seguir en el agua mucho más. Lo
    mejor sería nadar cuanto antes hacia la orilla.

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  4. Primera parte
    El chalet Ostende en Tres Bocas
    Año 4. Edición número 182. Domingo 13 de noviembre de 2011
    Por
    Anticipo exclusivo de la novela de Jorge Coscia, Juan y Eva, texto en el cual se basó la película de Paula De Luque.
    Cuando Juan entró con una jarra de agua al cuarto y vio a Eva dormida, el pelo oscuro cubriendo parte de su piel blanca, casi transparente, sintió que podía volver a querer.
    El chalet Ostende del alemán, en el cruce del paraje ribereño conocido como Tres Bocas, era para esa noche calurosa de febrero el lugar ideal. Miró la hora y supo con intuición de militar madrugador que iba a amanecer en menos de una hora. Habían bajado en silencio de la lancha, tan en silencio como habían permanecido durante el viaje desde el puerto de Tigre hasta el muelle de una de las casas más grandes del Delta. En el primer tramo del recorrido, hubo otro beso. El primero había sido en el auto, poco después del “¿adónde la llevo, Eva?”. Ella le había respondido con esa proximidad que da vía libre a los hombres cautelosos, a los que comparten la iniciativa porque no pueden sentirse rechazados.
    Ahí mismo pensó: “El chalet Ostende del Tres Bocas, el lugar ideal para escaparse una madrugada. Ella merece algo más que una amueblada”.
    El departamento de la calle Arenales estaba descartado. Allí estaba la Piraña, esperando, como siempre.
    Juan le ordenó a Otto Jawohl, el cuidador de la casa, que acompañara a Eva hasta el cuarto de huéspedes. Encendió un Condal y se sirvió un cognac en el living. Le pidió a Otto una jarra de agua y un vaso para Eva.
    Sabía que el alemán conocía su trabajo. Él se encargaría de preparar cada detalle. Salió por el frente de la casa que miraba hacia la encrucijada de los tres ríos del Delta que nombran el paraje. Caminó por el parque con la copa de cognac y respiró profundamente el aroma a jazmín del país. Fugazmente pasaron por su cabeza las razones que animaron a Ludwig Freude para elegir ese rincón del Delta como refugio de sus rutinas empresariales y políticas: “Estando en el Tres Bocas uno tiene más opciones para escaparse”. A Juan le había parecido una apresurada cobardía dicha por parte de un ciudadano del país que, en el año ’42, tenía a casi toda Europa y parte de África bajo su bota. Pero en aquel verano de 1944, la derrota alemana era cuestión de tiempo, y Ludwig era un hombre con demasiados contactos en la embajada germana y su aparato de inteligencia.
    Y entonces ahora sí, el Tres Bocas podía ser la puerta de escape para Freude si tuviera que esconderse y, de allí, ganar el laberinto de cauces que le permitieran llegar al Paraguay. Ludwig Freude era un hombre práctico que había amasado una fortuna en la construcción. Su hijo Rudy era más calavera y usaba la casa para sus amoríos. Cuando Rudy le había ofrecido la casa para algún romance clandestino, Perón lo tuvo en cuenta sin demasiado entusiasmo.
    Para Freude padre, Ostende era el punto de partida para un posible escape; para Rudy, la meta de sus “fugas” amorosas.
    Para Juan, esa noche, el rincón era también el motivo de una escapada romántica y renovadora. Dirigió su atención hacia la piel de Eva; su vestido arrugado y recogido en el sueño dejaba ver sus piernas jóvenes. ¿Veinticuatro años le había dicho? Su belleza dormida resaltaba una calma que atesoraba su energía como un secreto, que él ya había develado con sólo mirarla esa primera vez en la Secretaría de Trabajo. Era difícil para una mujer bella resaltar entre aquellas otras, además famosas. Favoritas de las películas y revistas de la moda y la farándula.

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  5. Primera parte
    El chalet Ostende en Tres Bocas
    Año 4. Edición número 182. Domingo 13 de noviembre de 2011
    Por
    Anticipo exclusivo de la novela de Jorge Coscia, Juan y Eva, texto en el cual se basó la película de Paula De Luque.
    Cuando Juan entró con una jarra de agua al cuarto y vio a Eva dormida, el pelo oscuro cubriendo parte de su piel blanca, casi transparente, sintió que podía volver a querer.
    El chalet Ostende del alemán, en el cruce del paraje ribereño conocido como Tres Bocas, era para esa noche calurosa de febrero el lugar ideal. Miró la hora y supo con intuición de militar madrugador que iba a amanecer en menos de una hora. Habían bajado en silencio de la lancha, tan en silencio como habían permanecido durante el viaje desde el puerto de Tigre hasta el muelle de una de las casas más grandes del Delta. En el primer tramo del recorrido, hubo otro beso. El primero había sido en el auto, poco después del “¿adónde la llevo, Eva?”. Ella le había respondido con esa proximidad que da vía libre a los hombres cautelosos, a los que comparten la iniciativa porque no pueden sentirse rechazados.
    Ahí mismo pensó: “El chalet Ostende del Tres Bocas, el lugar ideal para escaparse una madrugada. Ella merece algo más que una amueblada”.
    El departamento de la calle Arenales estaba descartado. Allí estaba la Piraña, esperando, como siempre.
    Juan le ordenó a Otto Jawohl, el cuidador de la casa, que acompañara a Eva hasta el cuarto de huéspedes. Encendió un Condal y se sirvió un cognac en el living. Le pidió a Otto una jarra de agua y un vaso para Eva.
    Sabía que el alemán conocía su trabajo. Él se encargaría de preparar cada detalle. Salió por el frente de la casa que miraba hacia la encrucijada de los tres ríos del Delta que nombran el paraje. Caminó por el parque con la copa de cognac y respiró profundamente el aroma a jazmín del país. Fugazmente pasaron por su cabeza las razones que animaron a Ludwig Freude para elegir ese rincón del Delta como refugio de sus rutinas empresariales y políticas: “Estando en el Tres Bocas uno tiene más opciones para escaparse”. A Juan le había parecido una apresurada cobardía dicha por parte de un ciudadano del país que, en el año ’42, tenía a casi toda Europa y parte de África bajo su bota. Pero en aquel verano de 1944, la derrota alemana era cuestión de tiempo, y Ludwig era un hombre con demasiados contactos en la embajada germana y su aparato de inteligencia.
    Y entonces ahora sí, el Tres Bocas podía ser la puerta de escape para Freude si tuviera que esconderse y, de allí, ganar el laberinto de cauces que le permitieran llegar al Paraguay. Ludwig Freude era un hombre práctico que había amasado una fortuna en la construcción. Su hijo Rudy era más calavera y usaba la casa para sus amoríos. Cuando Rudy le había ofrecido la casa para algún romance clandestino, Perón lo tuvo en cuenta sin demasiado entusiasmo.
    Para Freude padre, Ostende era el punto de partida para un posible escape; para Rudy, la meta de sus “fugas” amorosas.
    Para Juan, esa noche, el rincón era también el motivo de una escapada romántica y renovadora. Dirigió su atención hacia la piel de Eva; su vestido arrugado y recogido en el sueño dejaba ver sus piernas jóvenes. ¿Veinticuatro años le había dicho? Su belleza dormida resaltaba una calma que atesoraba su energía como un secreto, que él ya había develado con sólo mirarla esa primera vez en la Secretaría de Trabajo. Era difícil para una mujer bella resaltar entre aquellas otras, además famosas. Favoritas de las películas y revistas de la moda y la farándula.

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  6. Segunda parte
    El chalet Ostende en Tres Bocas
    Año 4. Edición número 182. Domingo 13 de noviembre de 2011

    Eva se había abierto camino, primero con sus ojos, luego con su voz radiofónica de heroína, y con la energía de su alma. Tenía veintiséis años menos que él, si él declarara los verdaderos. Catorce menos que Aurelia Tizón, Potota, su difunta esposa. Por un segundo, la comparación le hizo ver más oscuro el paisaje marrón del río. Bebió el cognac, consciente de que se había tomado más tiempo del necesario para que Eva se sirviera del tocador que reclamó con recato. Él había dejado actuar a Otto, el cuidador del chalet, en un ritual apropiado para su estilo de rendir a las mujeres con una mezcla bien dosificada de tiempo y seducción.
    Por eso se sorprendió, y hasta sintió algo de alivio, cuando la vio dormida. ¿Fingía? “Después de todo es una actriz”, pensó.
    Qué mejor manera de eludir el embate inevitable de un hombre que, luego del primer beso, sabía adónde llevaba el río.
    Se sentó despacio a su lado en la cama. Ella no estaba acostada, sino casi sentada y acurrucada, con la cabeza apoyada sobre varias almohadas en una cama hecha, apenas desordenada, vestida y sin zapatos.
    Juan miró más de cerca su piel de porcelana. Comparación obvia e inevitable para esa blancura que le recordaba alguno de los cuadros que había visto en los museos de Europa en el ’40. ¿Habrían sobrevivido a la guerra esas obras? Le vino a la memoria La Primavera, de Botticelli, en el Palacio Degli Uffizi. ¿Cuál de ellas?
    ¿La Primavera misma o Cloris? ¿O alguna de las tres gracias? Todas pálidas como Eva. Rostros escapados del sol. Blancura coqueta que Juan bien sabía que, en sus tiempos jóvenes, era jactancia de pureza racial. Una pureza que él, con su orgullo de criollo, no podría ni querría sostener jamás. Poco quedaba en su rostro de los ancestros de su bisabuela Hugues, la inglesa de Londres, o de los vascos franceses Dutey, antepasados de su abuela materna, ni de los Perron, también franceses, que le habían dado el apellido después de que se ablandara con la pérdida de una r. Y mucho, por ese misterio del entrevero de la sangre, de los Sosa, tehuelches como su abuela materna, o del abuelo Toledo, “quichua” de Santiago del Estero. Pero eso le gustaba de sí mismo. “Mirá vos, Juan, sos un indio en el ejército de Roca”, le había dicho con algo de sorna su hermano Mario en aquellos días del Centenario, cuando se enroló como cadete.
    Pero allí estaba su Primavera, más blanca cuando acercó despacio una mano morena y curtida a su frente.
    Tanta paz, tanta belleza. Se acordó de la presentación en el Luna Park durante el festival de recaudación para las víctimas del terremoto de San Juan.
    Todo había empezado con el terremoto. “Esa Venus de pelo castaño y de piel blanca como la leche había salido de entre los escombros del terremoto”, se dijo, y dejó que el misterio de las cosas y los hechos se apoderara de él. Acercó su mano para acariciar la pierna desnuda de Eva.

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  7. Cita de: Profejds en Junio 08, 2011, 01:38:03
    Tres Bocas zona roja hubo. y bien conocida. pero ya es pasado. en efecto en el predio del viejo recreo tres bocas, el cual en sus tiempos de esplandor fuera lugar de encuentro de todo lo que en buenos aires tenia un rango, entre otros huespedes habituales eran tita merello, julio sosa... pero bueno, en este predio, a las orillas del arroyo santa rosa (aun se ve parte del bulin) estaba el y a ver quien me corrige, molino rojo, creo que se llamaba. y aparentemente bien frecuentado. fueron los años de glamour y oro del delta. en la riviera hacian fantasticos carnavales cariocas con muchos hombres de tacos altos y plumas mientras que rio abajo por el abra vieja se reunian en dias soleados en el margen izquierdo, detras de una empalizada en el jardin de una alemana, todos los amantes del nudismo para cargar sus pilas entre sol y brisa del monte.

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  8. La Nacion Viernes 22 de octubre de 1999
    Las Tres Bocas del Delta
    Un circuito peatonal por senderos silvestres que cruzan arroyos y se internan en las islas; además, clases de escalada y los mejores restaurantes
    El circuito peatonal Tres Bocas tiene casi diez kilómetros de senderos y está a 35 minutos de lancha colectivo desde la estación fluvial Tigre hasta el muelle vecinal Santa Rosa, sobre el río Sarmiento.

    Es el sistema isleño para caminantes más extenso que se conoce. Está asistido por varios puentes y resulta quizás el más nutrido de servicios: almacenes, panadería, surtidor náutico, hotelería diversa, restaurantes, parrilla, camping, farmacia, médico, capilla, escuela y, recientemente, un centro de entrenamiento para montañistas.

    Los veteranos amantes del Delta, que conocen ese enjambre de sólidos veredones junto a arroyos y acequias, o simples flancos silvestres de sauces, ceibales, casuarinas, álamos y hasta tacuaras, saben que la zona del Tres Bocas, el Santa Rosa y el Abra Vieja constituye junto con los arroyos La Perla y Marchini, y la breve orilla del río San Antonio, el mejor escenario para una caminata primaveral. Los habitués también están al día con las novedades, que en la zona abundan.

    Como en un cuento de Quiroga
    Se camina sobre veredones o por senderos tapizados de rugosas raíces. A las flores silvestres, las azaleas, culantrillos y hortensias, se suman los jardines cultivados frente a las quintas. Cuando el sendero se desvía, es como entrar en un selvático cuento de Horacio Quiroga

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  9. Tres Bocas ( Moniargentina)
    El "Circuito del Biguá" es una caminata selvática que se realiza por la Zona Turística Tres Bocas. Es un sendero seguro, con senda bien definida, no se encuentran animales depredadores y demanda entre dos y tres horas su realización completa. Es interesante ir observando la flora, aves y las costumbres de los habitantes del Delta, ya que en esta zona hay mucha gente (isleños) que viven permanentemente en el lugar. Se inicia caminando junto al Arroyo Santa Rosa, recomiendo hacerlo pausadamente, escuchando la naturaleza y observando todas las características de esta particular zona del mundo, ya que son muy pocos los deltas que existen y ninguno con esta flora y fauna exótica. Una parte del camino es agreste y la otra urbana. Al lugar se puede llegar para pasar el día, incluso hay un restaurant en la zona, o también se puede hospedar en alguna de las casas que se alquilan en el lugar.

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  10. Recreo sobre Rio Sarmiento
    Sobre el Río Sarmiento, estaba el recreo “Tres Bocas” de Gustavo Schonnor. En su promoción decía: “… es un jardín para el espíritu y un regalo para el cuerpo, porque si la naturaleza otorga allí sus mejores galas, también su cocina y sus comodidades hacen grata su estada”. Y luego decía: “… hay que asistir a la invitación que hace la casa, para darse una idea de lo que vale, usted puede viajar al recreo con boletos combinados que incluyen tren de primera clase, lancha colectiva, ida y vuelta, almuerzo o cena, que se expenden en Retiro y Belgrano C, los días sábados, domingos y feriados”.

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  11. El Mito del tres bocas
    El mito dice que las fiestas de La Riviera eran más grandes, que 1500 disfrazados llegaban en lanchas colectivas iluminadas con bombitas de colores y desde donde la espuma de las primeras botellas de champagne caía al río. Que la nota en una revista dio nombres y apellidos, escrachó los rostros detrás de los disfraces y muchos perdieron su empleo. Ahora, chez Titina, el tope son 500, que se extienden al muelle colectivo y entre las sombras de los árboles que llegan al Río Sarmiento donde el cartel indica Tres Bocas. Y en el hotel abandonado que se viene decúbito dorsal sobre el suelo húmedo y que, dicen, ocupó Sarmiento, pero también Perón y Evita, con enormes jarrones en el recibidor y perritos tan añosos que bien podrían haber pertenecido al General, se ofrecen cuartos con baño en el placard y free shop bajo la forma de heladeras Siam de los cincuenta que el encargado Nelson promociona como ideales para guardar las milanesas de ayer y hacer picnic en el parque. Porque El Hornero no tiene alojamiento que no sea la mesa blanca con vista al río y a la gasolinera de Sonia dando a la imagen un toque de cine independiente.

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  12. La vida en Buenos Aires a principios de los años ’40
    El fin de los sueños

    Es noche de sábado. El escritor, el periodista, el inventor, se ligan al hombre y salen a caminar por su calle Corrientes, es el ritmo de las pisadas, el murmullo obligado que prenuncia la diversión. Camina hasta el Teatro del Pueblo, mientras saluda a amigos el inventor piensa: “mañana iré a Lanús y ordenaré el laboratorio”. El hombre goza por décima vez la representación de la obra de Gogol.

    El periodista decide llegarse hasta el Círculo de la Prensa, todos se sorprenden, en la institución hay elecciones y él es la primera vez que asiste. El escritor camina junto a sus personajes y dialoga con ellos, esa última noche de sábado, el día siguiente es la despedida, fue en un julio invierno de 1942, llovía y el corazón de Roberto Arlt dejó de latir, tenía 42 años.
    La muerte del escritor Roberto Arlt, cuyas cenizas se esparcieron en el río Sarmiento a la altura del recreo Tres Bocas, en el Tigre

    Revista Soles - Nº 71
    Noviembre de 2000

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  13. Carnavales en tres bocas
    Hay un lugar en el Tigre que es mucho más que punto de encuentro. Ya desde los setenta, el delta fue lugar de resistencia tanto para gays como para militantes. Y desde entonces se esconden ahí algunas de las mejores fiestas diurnas y nocturnas, donde se les da de comer a los chicos, los raros no son simplemente tolerados, conviven vecinos y conchetos, y los hombres arrasan en la elección de la reina de Carnaval.

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  14. Valerio Burgaña
    Escrito por Mónica Ledesma
    Viernes, 12 de Febrero de 2010 23:08
    Se cumple otro año, de aquel “11 de febrero”, Día de la Virgen de Lourdes, que tu siesta pasó a ser para siempre. Gran conocedor de la historia de la “Isla Grande” y de la Ciudad de Tigre. La vida no te dio hijos, pero te dio 5 sobrinos, Andrea, Silvina, Pablo, Martín y la más chiquita Lucila, hijos de tu hermano KiKe, que estuvieron todos siempre con vos. Gran colaborador, en la sección “Cartas de Lectores”, y amigo de la gente que hace y trabaja en “Actualidad”. Por eso, en homenaje a vos, una vez más tu nombre está en esta página.
    Mónica Ledesma

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  15. Preguntas:
    El hotel hoy abandonado comenzó a funcionar hacia el año 1920 y dejo de hacerlo en los años 70: Su dueño era Gustavo Schonnor?
    El recreo del Emporio Gastronómico Ligure funcionaba en ese hotel? O era un local aparte que se encontraba en la misma zona?

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  16. DESEARÍA INFORMACIÓN DELLUGAR HOY, MAYO DE 2019
    GRACIAS

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  17. Buenas tardes necesitaría información si la tienen sobre la edificaiòn abandonada que esta en el Abra vieja y Rio Sarmiento.Muchas Gracias

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